Por Ramón Peralta

Algunas controversias se han despertado por las propuestas de que se eliminen estatuas de los lugares públicos de figuras controversiales del pasado, cuyas acciones estuvieron en contra de elementales principios de los derechos humanos y de la persona. Los que favorecen que estas figuras permanezcan en los lugares públicos, son aquellos que miran la historia como un cuento de Ada y donde se pone como punto de partida la figura heroica del personaje en la historia sin tomar en consideración los daños que sus acciones provocaron y cuáles fueron las reales causas detrás de sus actos, y al mismo tiempo, cómo su presencia en lugares públicos es una aberración en contra de la sana existencia de la mancomunidad humana del presente.

Uno de esos héroes, entre otros, es Cristóbal Colón. Su hazaña de descubrir América se presenta todavía como un cuento maravilloso y la historia que del hecho se ofrece a nuestros niños y jóvenes borda en lo fantasioso, diciendo así: “Cristóbal Colón con sus tres carabelas y con la ayuda de los Reyes Católicos salió del Puerto de Palo de Moguer y después de mucho navegar descubrió las nuevas tierras…Allí encontró aborígenes quienes le ofrecieron perlas de oro a cambio espejillos y otras baratijas…etc. etc. Con esa misma connotación prosigue la narrativa de sus otros viajes sin tomar en consideración las intenciones que motivaron al “Gran Almirante,” y el desastre que provocó en las poblaciones de las nuevas tierras.

En primer lugar, se pasa por alto que el susodicho viaje descubridor fue una empresa económica y motivada por razones puramente económicas. Por eso, una vez Colón tomó asiento en las nuevas tierras descubiertas, procedió a explotar sus riquezas a costa del abuso de sus ingenuos habitantes, los que en pocos años pagaron con su existencia las intenciones del descubridor. Los continuadores de su obra siguieron el mismo camino, dando lugar a una de las grandes tragedias humanas. Solamente en la pequeña isla del Caribe, denominada Hispaniola,  la que hoy ocupan República Dominicana y Haití, y donde Colón inició su sistema explotador, se estima que murieron por causa de la explotación y las enfermedades  entre 150,000 a 200,000 aborígenes, en un período de alrededor de 40 años. Los subsiguientes descubridores de las nuevas tierras siguieron el ejemplo del Almirante, provocando una de las tragedias mas grandes de la humanidad, donde millones de los nativos habitantes de las Américas perdieron sus vidas. Por eso, rendir culto público al personaje del Almirante es un ultraje a las vidas sacrificadas como producto de su hazaña descubridora.  Por tanto, su figura debe quedar en los salones de museos pero no en los lugares públicos donde se conmemoran las sanas hazañas de otros héroes.

Otros de los personajes que hoy grupos demandan que se quiten de los lugares públicos en este país, son aquellos líderes que contribuyeron a la permanencia del sistema esclavista del sur y que llegaron hasta el punto de provocar una guerra donde murieron cerca de 600,000 personas. El sistema esclavista, que constituyó una de las mas grandes aberraciones en la historia de este país y que dio lugar a lo que se llamó la “Confederación”, es lo que representan esas figuras que hoy se encuentran en los lugares públicos, sobre todo en el Sur, y que los descendientes de los que sufrieron el horroroso sistema, hoy demandan que sean eliminados.

Los simpatizantes de las ideas del racismo que esos personajes representaron, hoy acuden a la falsa idea, de que esos personajes son parte de la herencia histórica del Sur confederado y que por tanto, su presencia en los lugares públicos no representa una ofensa para los descendientes del oprobioso sistema. Esos mismos son los que todavía hoy defienden la supremacía blanca y el oscuro pasado que las estatuas representan. Por tanto, es un craso error sostener, como lo sostienen los partidarios del racismo, que la eliminación de esas estatuas constituye un obstáculo para establecer la armonía racial en el país. La armonía solo vendrá cuando se borre de la mente de todos los ciudadanos ese oscuro pasado, que todavía está en aquellos que creen que el color de la piel define la esencia humana y que las figuras de las estatuas así lo recuerdan. Por tanto, que caigan las estatuas de los falso héroes.