El COVID-19 un pasajero de viaje muy largo

 

En el mes de mayo del 2020 escribimos un editorial en el que advertíamos que la pandemia del Covid-19 no es un pasajero de corto viaje, y que la humanidad tenía adaptar su forma de vida a las protecciones necesarias para evitar que la enfermedad siguiera cobrando vidas.

Una lectora opinó de manera enérgica e imperativa, que “si ustedes quieren vivir en confinamiento y restricciones, allá ustedes, pero yo no voy a vivir de esa manera”.

De eso hace ya mas de un año y medio, y pese a que se han aplicado cerca de 8 mil millones de vacunas en el mundo, la pandemia sigue su curso obligando a las autoridades de salud a reutilizar las herramientas de protección y buscar nuevas alternativas para detener la propagación del mal.

Según el Centro de Control de Enfermedades de Estados Unidos (CDC por sus siglas en inglés), en solo un día de este diciembre se registraron 488 mil nuevos casos de Covid-19, mas del doble de los que se registraron en esta fecha en el año 2020.

La nueva variante del Covid-19 conocida como Omicron, es aparentemente menos mortal que la cepa original y la variante Delta, pero sí mas fácilmente transmisible que las primeras.  Aunque a ciencia cierta, no hay una conclusión absoluta al respecto.

¿Por qué cuando existen ya decenas de vacunas contra el Covid-19 los contagios de la enfermedad son mayores que cuando estas nos existían?

Por dos razones sencillas de entender que no requieren de mayores análisis:

La primera es, la resistencia de millones de personas a vacunarse y tomar medidas preventivas.  En Michigan por ejemplo, pese a que el 70 por ciento de los 10 millones de habitantes que componen su densidad poblacional ya ha recibido una segunda vacuna, los casos se han disparado a mas del doble de cuando comenzó la pandemia.  En este estado se ha apostado cien por ciento a la vacuna como si esta fuera una panacea de la alquimia, capaz de transformar la piedra en oro.  Ninguna vacuna es cien por ciento segura y mucho menos cuando se trata de una enfermedad de alta capacidad de contagio.  Ante una pandemia omnipresente la vacunación debe ir acompañada de medidas restrictivas, como el uso de mascarillas y el mantenimiento de la llamada distancia social.  En los centros comerciales de Michigan así como en los eventos y centros de confluencia humana, se pueden contar con los dedos de una mano la personas que llevan protección en sus rostros y que tratan de conservar la distancia de otras personas.

La segunda causa es el carácter comercial de nuestras sociedades, que afecta entre otras cosas, la producción y distribución de fármacos contra la pandemia.  El Covid-19, como hemos dicho antes, es una epidemia global que no se detendrá si no se aplica una solución global.  Pero resulta que vivimos en un mundo poblado de ambiciones que consideran las acciones comunitarias como atentados a sus intereses y al esquema de sociedad al que se han acomodado.

En Estados Unidos se producen diariamente millones de dosis de vacunas contra el Covid-19 que tiene una duración de vida de 24 horas después de ser desempacadas.  Millones de esas vacunas se pierden porque millones de personas no van a los centros de salud a vacunarse.  El sistema sanitario americano cuenta con que cada quien tome su decisión y no considera dentro de sus alternativas la vacunación directa a los hogares y los centros de trabajo.

La distribución de vacunas a nivel mundial se concentra en mas de un 70 por ciento en los países ricos y las diferencias política e intereses comerciales imponen una barrera contra el proyecto de vacunación global.  La Organización Mundial de la Salud se había plateado que el 40 por ciento de la población mundial estuviera vacuna para finales de 2021. Solo 92 países de los 193 miembros de las Naciones Unidas han llegado a ese porcentaje.

Estados Unidos no ha cambiado su política de aislamiento y sanciones contra los países que considera sus adversarios políticos, por lo que estos han tenido que valerse de la ayuda de las naciones que la USA considera adversarios, para poder proteger su población.

Mientras mas personas se contagien de la enfermedad, mas posibilidad tiene el virus de mutarse y prepararse para sobrevivir.  La administración del presidente Joe Biden carece de visión ante el problema y cree que solamente protegiendo a los americanos acabará la pandemia.

Los fabricantes de vacunas se niegan a liberar las patentas para permitir que otras naciones produzcan los fármacos, porque quieren mantener las enormes ganancias que les está produciendo este mal.

Por esa vía por la que andamos, no hay solución a la vista.  Hoy tenemos la Omicron y quién sabe cual otra variante mañana. Por eso tenemos que repetir lo que decíamos en el editorial del año pasado. “Aprendamos a vivir en la pandemia” porque el viaje será muy largo.